viernes, 9 de septiembre de 2022

Monólogo - Rafeala Herrera

 Por el orgullo de mi padre

El día que murió mi padre, sentía un gran dolor en mi pecho, sentía que todo por lo que había luchado mi padre podría llegar a perderse, así que hice una promesa, le prometí a mi padre que lucharía por el castillo así fuera con mi propia vida porque era lo único que tenía de él, era lo único que me quedaba.

Cuando el ejército británico se enteró de la muerte de mi padre, enviaron un mensajero para que solicitáramos nuestro rendimiento, yo muy decidida al darme cuenta de esto veía mi respuesta clara, porque para mí rendirnos no era una opción, pero cuando escuche que el general quería aceptar la solicitud, sentí que era el fin, vi todo por acabado pero no podía aceptar que todo acabara así, a lo que le pedí al general que reconsidera su decisión, que no podíamos rendirnos así de fácil sin siquiera luchar que eso no era lo que hubiera querido mi padre, que él no se hubiera rendido así de fácil.

En ese momento se me ocurrió incentivar a los solados para que el general lograra ver que todos estábamos decididos a luchar, así que tuve que dar un pequeño discurso, realmente no tenía ni idea que decir, sentía miedo de que nadie quisiera lo mismo, que yo sería la única que quería luchar por el castillo, así que lo único que se me ocurrió decir fue esto: ¿Es acaso que el miedo les ha hecho olvidar nuestra promesa? No hablo de un deber impuesto. Hablo de la responsabilidad que tenemos de cuidar nuestra provincia y a nuestras familias. Hablo del deber impuesto por nuestro honor¨, la verdad es que todavía recuerdo ese discurso con orgullo porque como no tenía nada preparado, pero salió bien, tan bien que si logre que los soldados lograran luchar.

Cuando los ingleses vieron la respuesta que dimos, se pusieron enfrente del castillo junto con unos solados disque para meterle miedo a nuestros defensores, la verdad, aunque el miedo nos rodeara hasta el último pelo de nuestro cuerpo todos estábamos decididos a dar la pelea de nuestra vida.

Lo primero que pensé fue meterles un cañonazo, pero tuve que pedirle permiso al general, lo bueno es que me dijo que si podía meterles el cañonazo, tenía miedo, tenía miedo de fallar la bala, pero, ya habíamos llegado muy lejos como para estar de indecisa, entonces mientras mi cabeza recordaba los entrenamientos que me daba mi padre, logre disparar, mientras lo recuerdo sigo agradecida de que ese bala fuera bien porque con orgullo recuerdo que ese disparo disperso a los enemigos y logre matar al comandante y herir a varios más  así que no pudieron seguir en la lucha, ganamos la batalla.

Cuando logre ver que todos nuestros esfuerzos por proteger el castillo habían dado frutos, que la promesa de mi padre había sido cumplida, llore, llore de la felicidad, ya que las personas que habían hecho la misma promesa que yo, podrían ver a sus familias, abrazarlas y decirles que lo feliz que estaban de volver a verlas, que ninguno de nosotros se arrepintió durante la batalla. Cada uno dio lo que pudo y por esa razón pudimos ganar la batalla.

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